La temperatura del cuerpo humano, cuando se goza de buena salud, se sitúa normalmente alrededor de los 370 C. Las enfermedades o la fatiga hacen que la temperatura del cuerpo aumente. Este aumento, que puede alcanzar e incluso superar los 40° C, es anormal y se denomina fiebre. El hecho de que una persona tenga fiebre indica que está enferma. Si la fiebre se mantiene o es muy alta, debe avisarse al médico. El termómetro médico pemite establecer la temperatura del cuerpo en décimas de grado. Una fiebre ligera no supera los 38,5° C; hasta los 39,5° C se dice que es intensa; por encima de esta cota, es fuerte, y muy fuerte cuando supera los 42° C. 

El médico conoce perfectamente los signos que acompañan a la fiebre: los escalofríos y la aceleración del ritmo de la respiración y de los latidos del corazón. De ahí que busque el pulso del paciente, para comprobar si el ritmo cardíaco es muy superior a 60 o 70 pulsaciones por minuto. La fiebre no debe ser combatida sin tomar precauciones, ya que se trata de un procedimiento de defensa que el organismo utiliza para luchar contra una infección, una afección microbiana o una fatiga extrema. El aumento de la temperatura demuestra que el organismo destruye los desperdicios que le molestan. El médico trata principalmente de combatir las fiebres demasiado violentas o demasiado prolongadas, las cuales pueden debilitar al enfermo. Para ello combate directamente la enfermedad, con medicamentos apropiados, o combate la fiebre, sin atacar el mal, con ácido acetilsalicílico (Aspirina) o mediante tratamientos externos baños fríos o envolturas frías que hacen bajar la temperatura.